Una pequeña de 17 años llamada Cora Marie Billings hizo historia el 22 de agosto de 1956. En ese nublado miércoles de verano en Filadelfia, fue la primera integrante afroamericana de las Hermanas de la Misericordia.
La bisnieta de William Henry Lee, hombre esclavizado por sacerdotes jesuitas en la Universidad de Georgetown, Hermana Cora Marie, ahora de 82 años, recuerda «sentirse abrumada» ante un mar de monjas blancas.
Pero también se sintió orgullosa. Cuando dos de sus tías se hicieron monjas en la década de 1940, ninguna orden religiosa de Filadelfia las iba a aceptar. Tuvieron que mudarse a Baltimore para unirse a las Hermanas Oblatas de la Providencia, una orden religiosa establecida por y para mujeres afrodescendientes para enseñar a los niños esclavizados.
A pocas semanas del discurso «Tengo un sueño» del Rev. Martin Luther King Jr. en 1963, Hermana Benvinda Pereira, que entonces tenía 18 años, también se unió a las Hermanas de la Misericordia en Filadelfia. Hermana Cora Marie la inspiró a ingresar, pues la visitó mientras exploraba la vida religiosa.
Las jóvenes no se conocían, pero sus madres y abuelas eran amigas.
Aunque Hermana Cora Marie patrocinó la entrada de Hermana Benvinda en la orden, fue hasta años después que las dos monjas se hicieron amigas. A pesar de los ministerios divergentes, finalmente se unieron en sus esfuerzos —junto con otras mujeres de distintas etnias— para desafiar y comenzar a sanar el racismo en las Hermanas de la Misericordia, en la Iglesia Católica y en la cultura en general.
Compartir las historias de las Hermanas Cora Marie y Benvinda durante el Mes de la Historia del Catolicismo Negro es un tributo apropiado para las mujeres. No solo han perseverado en la vida religiosa a pesar del doloroso racismo, sino que también han ayudado a las Hermanas de la Misericordia a comprometerse a ser una comunidad antirracista y a hacer del antirracismo una parte clave de la misión de su orden.
Hermana Cora Marie: Monja afroamericana pionera
Fue la hija única de Jesse y Ethel Billings en el Oeste de Filadelfia en 1939, Cora Marie asistió a una escuela primaria predominantemente católico-irlandesa.
Caminando a la escuela, rezaba a San Martín de Porres —el primer santo negro de las Américas— para que la ayudara a sobrellevar las agresiones racistas, desde que un sacerdote le negara la Comunión hasta el hecho de que las monjas no la invitaban a ir con ellas, como a las niñas blancas, en los quehaceres después de la escuela.
«Las Hermanas no podían salir solas en esos días e invitaban a una estudiante a que las acompañaran a la tienda», dice Hermana Cora Marie. «Nunca me pidieron que las acompañara. Sentí que la razón era porque yo era negra».
Nunca se cuestionó en recibir una educación católica. Tampoco fue sorprendente que la joven Cora Marie considerara la vida religiosa.
En 1955, su abuelo John Aloysius Lee Sr., fue el primer afroamericano en recibir el premio internacional para un laico católico sobresaliente. En 1902, en su adolescencia, trabajó para eliminar la segregación en la liga católica de baloncesto de las escuelas secundarias de Filadelfia; más tarde tuvo un centro cultural y recreativo que llevó su nombre. Los 12 hijos e hijas del Sr. Lee incluyeron a Susan Grace (Hermana Mary Paul) y Bertha Amelia Theresa (Hermana Mary Agnes), ambas Hermanas Oblatas de la Providencia.
Sus tías inspiraron la vocación de Cora Marie, al igual que las Hermanas de la Misericordia, una de las siete órdenes de monjas que le enseñaron en West Philadelphia Catholic Girls' High School, una escuela a la que también asistieron seis de sus tías.
Las Hermanas de la Misericordia se destacaban por «su risa, su alegría», recuerda Hermana Cora Marie. «Eran personas felices».
Su compasión también la conmovió.
Su maestra de religión de noveno grado, Hermana Mary Vincent, le preguntaba a menudo sobre la madre enferma de una monja que vivía en el convento donde la madre de Cora Marie trabajaba como cocinera a tiempo parcial. Fue una época en la que las monjas no podían simplemente llamarse entre sí. Cora Marie disfrutó dándole a su maestra actualizaciones sobre la salud de la mamá de su amiga, y a hablar con ella sobre Dios y lo que debería hacer con su vida.
«Hermana Mary Vincent me ayudó», dice Hermana Cora Marie en voz baja. «Yo era especial para ella y creo que a través de ella Dios me llevó a la vida religiosa».
El perfume Jean Nate de Hermana Mary Vincent también llamó la atención de su estudiante. «¡Me encantó! Fue algo diferente. Ninguna de las otras hermanas usaba perfume».
Era algo pequeño, pero el perfume hizo que Cora Marie creyera que las Hermanas de la Misericordia eran una orden donde cada monja podía ser ella misma. Le dio la esperanza de que también la verían como una persona, más allá de su color de piel y de su raza.
En sus primeros años como monja, Hermana Cora Marie enseñó hasta 100 estudiantes de primer grado a la vez —todos blancos— en Levittown, Pennsylvania. Llegó a Levittown en 1961, pocos meses después de que la única familia afroamericana de la comunidad abandonara el área porque quemaron una cruz en su jardín.
Le encantaba enseñar y no tuvo problemas con las personas jóvenes que estuvieron bajo su responsabilidad. «Los niños y las niñas no nacen racistas», señala tajantemente.
En 1968, Hermana Cora Marie fue integrante fundadora de la Conferencia Nacional de Hermanas Negras, que reunió a monjas negras de todo el país para hacer valer sus voces en la Iglesia Católica y urgir a enfrentar de manera más efectiva «el pecado del racismo». Finalmente se desempeñó como presidenta y directora ejecutiva.
Su ministerio pastoral en la enseñanza la llevó de regreso a su alma mater en la década de 1970, donde fue la primera maestra afroamericana de la escuela secundaria. Enseñó religión y comenzó el primer Club de Estudios Negros de la escuela.
«Me conocieron como "la monja del 'fro'" por mi afro», recuerda Hermana Cora Marie entre risas. (Una exalumna creó un personaje ficticio de ella recientemente como Hermana Carol —una monja valiente con afro— en la novela de éxito de ventas Malcolm and Me).
Hermana Cora Marie se mudó a Virginia a inicios de la década de 1980 para trabajar como agente de pastoral de la Universidad Estatal de Virginia y en varias otras universidades y colegios universitarios históricamente negros; fue la primera monja negra en ocupar un puesto de este tipo en el Cinturón Bíblico. Luego llegó a ser directora de la Oficina para Católicos Negros de la Diócesis de Richmond, cargo que ocupó durante 25 años.
En 1990, Hermana Cora Marie nuevamente hizo historia, cuando fue nombrada primera monja afroamericana en tener a cargo una parroquia católica en los Estados Unidos: St. Elizabeth Parish en North Richmond, donde se desempeñó como coordinadora pastoral durante 14 años. (Este nombramiento hizo que su nombre fuera la respuesta a una de las preguntas del concurso «Jeopardy!».) Pasó a dirigir el Consejo de Derechos Humanos de Virginia y luego fue voluntaria comunitaria, y fue conocida por hablar en público sobre el racismo en la Iglesia y fuera de ella.
En estos días, Hermana Cora Marie continúa abogando por la justicia racial. Recientemente celebró su 65° aniversario como Hermana de la Misericordia y ha estado haciendo balance de su caminar.
«Le digo a la gente que me alegro de ser Hermana de la Misericordia, pero también he tenido momentos difíciles en estos 65 años», dice. «Hubo momentos en los que quería irme, momentos en los que no podía soportarlo más».
Pero Hermana Cora Marie siempre ha creído que podría ser más eficaz dentro de la orden que fuera de ella. «La gente no escucha a alguien fuera de una institución», dice con ironía, y agrega que ser monja le permite «ser una espina clavada» en su comunidad cuando sea necesario.
Ha dirigido talleres contra el racismo para las Hermanas de la Misericordia durante más de 40 años. Hace varios años, Hermana Cora Marie ayudó a la comunidad a formar una oficina contra el racismo y la equidad racial para educar sobre el racismo a sus hermanas, asociadas/os y compañeras laicas, y al personal.
«He visto cambios dentro de las Hermanas de la Misericordia», dice Hermana Cora Marie. «¡Les digo que es por eso que están atrapadas conmigo! Si no hubiera visto a algunas hermanas intentándolo, no me hubiera quedado. Pero hay un movimiento hacia el cambio, y ahí es donde hay esperanza, aunque todavía queda un largo camino por recorrer».
En su misa jubilar el 22 de agosto de 2021 —65 años después de ingresar a las Hermanas de la Misericordia— Hermana Cora Marie le pidió al coro de la parroquia de Santa Isabel que cantara el himno del Evangelio: «Señor, estoy disponible para ti». La letra de la canción dice: «Me diste mis manos / Para llegar a las personas / Para mostrarles tu amor / Y tu plan perfecto».
Hermana Benvinda Pereira: Soportando el racismo y sanándolo
Creció al Oeste de Filadelfia en las décadas de 1940 y 1950, hija de Cazimiro y Estella Pereira —un marino mercante portugués y una mujer cuyos antepasados habían sido esclavizados y liberados— Benvinda Pereira se vio inmersa en dos cosas: su fe católica y su deseo de ser doctora.
«Como mis abuelos maternos fueron conversos, nos inundó el catolicismo», dice riendo.
Benvinda, ahora con 76 años, fue la cuarta de nueve hijos y la primera niña. «Mi madre deseaba desesperadamente una niña, así que oró a Santa Ana», dice Hermana Benvinda. Su nombre portugués significa «bienvenida» y «regalo de Dios».
Sin embargo, la alegría de la nueva fe de su familia se vio empañada por el racismo. A mediados del siglo XX, se esperaba que los afroamericanos al Oeste de Filadelfia se sentaran en la parte trasera de su iglesia parroquial, mientras que las personas blancas ocupaban los primeros asientos. Esto hasta que algunas abuelas afroamericanas dijeron que ya era demasiado.
«Un domingo, mi abuela y la abuela de [Hermana] Cora Marie y otras damas negras marcharon por el pasillo y se sentaron al frente con los brazos cruzados», recuerda Hermana Benvinda.
El pastor respaldó en silencio a las manifestantes. La feligresía blanca indignada —la parroquia se fundó para la mayoría descendiente de inmigrantes alemanes— comenzó a abandonar la parroquia.
«Hasta que [la feligresía] blanca huyó a los suburbios, fuimos gratis a la escuela», dice Hermana Benvinda. «Mis padres tuvieron que empezar a pagar la colegiatura de mis hermanos menores, lo que supuso una presión económica para ellos. Pero la educación católica fue primordial».
Como estudiante en West Philadelphia Catholic Girls 'High School, Benvinda obtuvo las mejores calificaciones para eventualmente llegar a ser doctora e ir a las misiones médicas. Pero, como menor de secundaria, se encontró «luchando con el Espíritu» y se preguntaba si también debería ser Hermana de la Misericordia, como dos jóvenes monjas que primero captaron su atención con su risa.
Las hermanas, que habían emitido sus votos recientemente, «se reían a la puerta del salón porque no tenían ni idea de cómo ser maestras», dice Hermana Benvinda. «Nunca antes había oído reír a las monjas y pensé, bueno, ¡pues son humanas!».
Sus conversaciones con ellas «me acercaron a la vida religiosa», dice Hermana Benvinda, quien también se dio cuenta de que, si bien quería dedicarse a la medicina, las misiones médicas no eran su vocación. «¡Odiaba los insectos!», dice.
Después de ingresar a la orden, Hermana Benvinda le dijo a su directora de educación que quería ir a la escuela de medicina. La respuesta de la monja la sorprendió.
«Con gran desdén, [me dijo] que nunca podría ser doctora», recuerda Hermana Benvinda, con la voz tensa por la emoción. «La miré fijamente, me miró y vio mi expresión. Ella dijo: "Tal vez puedas ser enfermera, pero primero debes enseñar"».
Hermana Benvinda enseñó a niños de escuela primaria durante cuatro años. Amó especialmente a sus estudiantes de segundo grado y, entre clases, los guió en canciones conmovedoras de los cuentos de hadas de Hans Christian Andersen.
La oficina de la directora estaba al lado de su salón de clases, y la directora —que también era Hermana de la Misericordia— le suplicó a la directora de educación de la orden que permitiera a la joven monja ir a la escuela de enfermería. «¡No soportaba más el canto!», dice Hermana Benvinda. «Ese fue el Espíritu en acción».
Sin embargo, dejar ir su sueño de ser doctora fue difícil.
«Luché, luché y luché [con mis superioras] porque no había ninguna razón por la que no pudiera ser doctora», dice Hermana Benvinda. «Yo era inteligente. Mis calificaciones eran puras A».
Encontró «un sistema de clases dentro de las Hermanas de la Misericordia» que indicaba que solo las monjas con antecedentes de élite se dedicaban a la atención médica. Solo una hermana de la orden de Filadelfia era doctora en ese momento; ella sirvió en la India. Aprender sobre ella reforzó la determinación de Hermana Benvinda, pero la joven monja se sintió «rechazada y presionada» por sus superioras cuando trató de defender su caso.
Pero Hermana Benvinda llegó a amar su ministerio de enfermería, que comenzó en 1970 en el antiguo Hospital Misericordia en Filadelfia (más tarde conocido como Mercy Philadelphia Hospital). En 1980, ascendió a jefa de enfermería de la unidad de cirugía general y ortopedia, un trabajo en el que prosperó hasta que se encontró con un director de enfermería racista.
Como necesitaba un cambio, Hermana Benvinda se inscribió al programa de enfermería practicante de la Universidad de Boston, un nuevo programa de maestría que permitía a las enfermeras hacer un trabajo similar al de los médicos. Mientras estuvo allí, viajó a Alabama y encontró su nueva vocación: atención médica rural con personas marginadas.
Guiada por las insinuaciones del Espíritu Santo, Hermana Benvinda sirvió pastoralmente por primera vez en Alberta, Alabama durante tres años, seguido de casi 10 años en Biloxi, Mississippi. Comenzó clínicas móviles en ambas comunidades, brindando atención médica a personas afroamericanas y blancas que vivían en la pobreza.
«Me encantó», dice ella. «Allí tenían una necesidad de mis habilidades, a diferencia de Filadelfia, donde había todo tipo de médicos y enfermeras. Tuve la firme convicción de que las personas marginadas merecían la misma calidad y acceso a la atención médica que las de las zonas urbanas».
Hermana Benvinda sirvió después en la Nación Navajo en Ganado, Arizona durante varios años antes de encontrar su domicilio a largo plazo en Salome, Arizona cerca de las fronteras de California y México, donde ayudó a abrir una clínica para trabajadores migrantes y sus familias.
Las necesidades de las personas migrantes, que sufrían lesiones de todo tipo mientras trabajaban a diario en las granjas, la conmovieron profundamente. Sirvió pastoralmente entre ellos durante una década antes de ser llamada a trabajar en cuidados urgentes durante tres años. En marzo de 2020, su cuerpo cansado «me obligó a jubilarme».
En un reciente ensayo de Adviento [make a link to the essay], Hermana Benvinda reflexiona: «[Por] cerca de seis décadas, mi propósito en la vida fue tratar de sanar las heridas de los demás, tratar de reconstruir fragmentos rotos de su humanidad con esperanza, compasión y un poco de ciencia y conocimientos médicos. ¿Habré hecho alguna diferencia? ¿Fue suficiente la esperanza y la atención al pueblo de Dios en la periferia de la humanidad?».
Su fe en Dios y la sabiduría de las personas de la tercera edad —especialmente las fuertes mujeres negras que la han precedido— le dieron, dice. Se ha sentido llamada por el Espíritu Santo a ser no solo una sanadora del cuerpo de las personas, sino también de sus espíritus, en particular, cuando han sido heridas por el racismo.
En estos días, Hermana Benvinda se ve a sí misma como una «guerrera de oración» por la justicia racial desde su hogar en el desierto. Se ha sentido alentada por las protestas de Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan) que siguieron a la muerte de George Floyd.
«Fue bueno ver a mis hermanas y hermanos blancos con mis hermanas y hermanos negros», dice. «Ahora quiero ver [a la gente blanca] más involucrada en la lucha en curso para que el voto de los negros sea importante».
Durante más de una década, Hermana Benvinda ha estado inmersa en los esfuerzos contra el racismo de las Hermanas de la Misericordia. Junto con Hermana Cora Marie, se ha desempeñado en el equipo interno de transformación antirracista de la orden y ayudó a crear una oficina de alto nivel dentro de la organización para educar continuamente a sus integrantes sobre el racismo.
El proceso, dice, no ha sido fácil.
«A veces siento que estoy golpeando mi cabeza contra la pared», dice con pesar Hermana Benvinda. «Somos una orden de mujeres bien educadas e instruidas. Es fácil intelectualizar lo que está sucediendo entre nosotras y no darse cuenta de cuándo nuestras normas son racistas».
Pero tiene la esperanza de que el camino contra el racismo de la orden, si bien es un trabajo en progreso, resultará en un cambio verdadero. «Somos mucho mejores con un grupo diverso de mujeres que con una blancura monolítica. ¡Necesitamos dejar que la diversidad entre en todos los niveles de las Hermanas de la Misericordia!».
Su amistad con Hermana Cora Marie le ha ayudado a sostenerse, dice Hermana Benvinda, a pesar de que sus ministerios en diferentes partes de los Estados Unidos les han impedido pasar mucho tiempo juntas. Comparten un vínculo a través de sus madres, que se ofrecieron como voluntarias para las Hermanas de la Misericordia, y por sus esfuerzos en hacer que la orden sea más inclusiva.
«A través del trabajo contra el racismo, Cora Marie se convirtió en mi amiga y confidente», dice Hermana Benvinda. «El trabajo nos ha acercado más».